En un pequeño pueblo de México, donde las calles se llenaban de colores y aromas cada uno y dos de noviembre, vivía María, una mujer apasionada por las tradiciones de su tierra. María tenía una novia española llamada Sofía, quien, aunque amaba a María con todo su corazón, le tenía un miedo terrible a todo lo relacionado con los muertos.
María estaba emocionada. Era su época favorita del año: el Día de Muertos. Desde pequeña, había crecido con las historias y tradiciones que su abuela le contaba sobre esta festividad. Ahora, como adulta, se encargaba de mantener viva la tradición, y este año sería especial porque Sofía la acompañaría por primera vez.
Sofía, por otro lado, estaba aterrorizada. No es que no le gustara la cultura mexicana, al contrario, la adoraba. Pero la idea de visitar un panteón en la noche y poner una ofrenda para los muertos le ponía los pelos de punta. Además, había escuchado tantas historias sobre la abuela de María, que temía que su espíritu no la aceptara.
María: “¡Sofí, ven! Vamos a preparar las cosas de la ofrenda.”
Sofía: “¿No podemos hacerlo de día? ¿O mejor mañana? ¿O nunca?”
María se rió y le dio un beso en la frente.
María: “No te preocupes, mi amor. Todo estará bien. Mi abuela era una mujer maravillosa. Le encantará conocerte, aunque sea en espíritu.”
Sofía: “Eso es lo que me preocupa…”
María comenzó a colocar sobre la mesa las cosas para la ofrenda: flores de cempasúchil, calaveritas de azúcar, papel picado, sal, velas, pan de muerto, comida, y las fotos de sus seres queridos fallecidos. Sofía la observaba con una mezcla de fascinación y miedo.
María: “Mira, estas son las flores de cempasúchil. Se dice que su aroma guía a los espíritus de nuestros seres queridos de vuelta a casa.”
Sofía: “¿Y si guían a algún espíritu que no queremos a casa?”
María: “¡Ay, Sofí! No pienses en eso. Solo vienen los que amamos y nos aman.”
Sofía intentó relajarse mientras ayudaba a María a colocar las flores en un florero. Luego, María acercó las calaveritas de azúcar.
María: “Estas calaveritas representan a los difuntos. Les ponemos sus nombres para recordar que la muerte es parte de la vida y que no debemos temerle.”
Sofía: “¿Y si una de esas calaveritas decide que quiere quedarse más tiempo?”
María: “Entonces le damos más azúcar y la convencemos de que vuelva el próximo año.”
Ambas rieron, aunque Sofía todavía estaba nerviosa. Finalmente, llegó el momento de ir al panteón. María tomó la mano de Sofía y la guió hacia el coche.
Sofía: “¿De verdad tenemos que ir al panteón? ¿No podemos hacer la ofrenda aquí en casa?”
María: “Parte de la tradición es visitar a nuestros seres queridos en sus tumbas. Además, el panteón se llena de vida esta noche. Hay música, comida, y muchas familias celebrando.”
Sofía: “¿Lleno de vida? ¿Un panteón?”
María: “Sí, es una celebración de la vida y la muerte. Verás, te va a encantar.
Llegaron al panteón y, efectivamente, estaba lleno de gente. Había mariachis tocando, familias riendo y compartiendo historias, y el aroma de la comida llenaba el aire. Sofía comenzó a relajarse un poco, aunque todavía estaba nerviosa.
María: “Vamos a la tumba de mi abuela. Le encantaba la música, así que le traigo su canción favorita.”
Sofía: “¿Qué canción es?”
María: “La Llorona.”
Sofía: “¿La Llorona? ¿No es esa una canción de miedo?”
María: “No, es una canción hermosa. Mi abuela siempre decía que la Llorona solo busca a sus hijos, no a nosotras.”
Sofía: “Eso no me tranquiliza mucho…”
Llegaron a la tumba de la abuela y comenzaron a poner la ofrenda. María encendió unas velas y puso la canción. Sofía observaba todo con atención, tratando de no pensar en fantasmas.
María: “Abuela, te presento a Sofía. Es mi novia y la amo. Espero que la aceptes y la cuides.”
De repente, una brisa suave pasó por el panteón y las velas parpadearon. Sofía se aferró a María.
Sofía: “¿Qué fue eso?”
María: “Es solo el viento, mi amor. Mi abuela está aquí con nosotras.”
Sofía: “¿Y cómo sabes que no está enojada?”
María: “Porque si estuviera enojada, ya lo sabríamos. Mi abuela tenía un carácter fuerte, pero un corazón de oro.”
Sofía: “Espero que tengas razón…”
Pasaron un rato en la tumba, compartiendo historias y recuerdos. Poco a poco, Sofía comenzó a relajarse y a disfrutar de la experiencia. Incluso se animó a probar el pan de muerto y a cantar junto con los mariachis.
María: “¿Ves? No es tan malo, ¿verdad?”
Sofía: “No, tienes razón. Es una celebración hermosa. Gracias por traerme.”
María: “Gracias a ti por venir. Sé que no fue fácil para ti.”
Sofía: “Lo haría de nuevo, sin dudarlo.”
María sonrió y le dio un beso. Sabía que su abuela estaría orgullosa de ella y de Sofía. Y así, entre risas y canciones, celebraron el Día de Muertos, recordando que la vida y la muerte son solo dos caras de la misma moneda.

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