El amanecer sorprendió a Camila con los ojos aún abiertos. Apenas había dormido unas horas después de la cena con Aurora en la cafetería. La conversación se había extendido hasta que Raquel, con su paciencia habitual, las invitó a salir porque ya era hora de cerrar. Camila recordaba las risas, los silencios compartidos y la manera en que Aurora, aunque reservada, había dejado escapar destellos de ternura que la conmovieron. Despedirse le resultó difícil, hubiera querido prolongar aquella caminata hasta el centro, donde cada una tomó su rumbo.
El timbre del teléfono la sacó de sus pensamientos. Armando, gerente del principal hotel del pueblo, le pedía ayuda urgente: un evento de última hora requería arreglos florales para la tarde. Camila aceptó sin dudar, aunque el cansancio la acompañaba como una sombra. Llegó temprano a la florería y mientras preparaba los centros de mesa y los ramos, su mirada se desvió hacia el letrero que había colgado la noche anterior:
El mensaje era un reto, una invitación. Camila esperaba que la siguiente carta le diera una fecha definitiva para conocerse. Quería noches como la de ayer, conversaciones que brillaban con una luz distinta. Dejó de pensar en su admiradora secreta y en la profesora, pues tenía que terminar para llevarlo todo al hotel.
Aurora, por su parte, caminaba por la universidad como si flotara. Había pasado la mañana entre trámites administrativos y una visita a Tina, quien no perdió oportunidad de insistir en que debía presentarse ya, aprovechar el cierre del servicio de mensajería durante el fin de semana. Aurora lo consideraba seriamente, aunque el vértigo la acompañaba cada vez que pensaba en la posibilidad de revelar su identidad.
Al llegar a su despacho, se encontró frente a la hoja en blanco. Por primera vez, escribir le resultaba difícil. Quería más conversaciones como la de la noche anterior, pero temía que cualquier referencia a la cena delatara demasiado. Decidió dejarlo simple, aunque honesto.
En la esquina, Aurora dibujó una nueva pieza de Lego, marcada con una letra "R". Necesitaba despistar a Camila y ganar solo un poco de tiempo.
Camila terminó la entrega especial al hotel más tarde de lo previsto. Antes de regresar a la florería, decidió pasar por los buzones. Justo al llegar, se encontró con un joven del servicio de mensajería universitario que repartía sobres y documentos.
—Tengo uno para usted —dijo el muchacho, revisando entre sus manos. Le entregó un sobre rojo.
Camila sintió que acababa de descubrir una pista crucial: los sobres rojos llegaban entre semana, los blancos en fin de semana. No había servicio universitario los sábados y domingos. Su admiradora trabajaba o estudiaba en la universidad. El hallazgo la estremeció. Agradeció al joven y regresó con prisa a la florería, sosteniendo el sobre apretado contra su pecho.
Esa noche, Aurora decidió pasar por la cafetería con la excusa de cenar algo caliente y sabroso. En realidad, quería ver a Camila. Desde la entrada, recorrió con la mirada todas las mesas, pero no la encontró. Raquel, desde el mostrador, notó su decepción.
—Se fue temprano —explicó con calma—. Tuvo un pedido del hotel y cerró antes de lo habitual.
Aurora se ruborizó, negó que la buscara, aunque sus ojos se desviaron hacia la florería. No había mensaje nuevo en el escaparate. Raquel, con una sonrisa ligera, le preguntó si se sentaría o llevaría algo a casa. Aurora pidió una cocoa con malvaviscos y menta y un sándwich de jamón horneado en pan integral, lo que hizo sonreír a Raquel.
Aurora se acomodó en la barra, intentando disimular el rubor que aún le teñía las mejillas. Mientras Raquel preparaba la bebida, intentó indagar sobre su día, incluso sobre qué clases impartía. Al notar su incomodidad, cambió de tema hacia trivialidades, dejando que la conversación se mantuviera ligera.
Raquel colocó la taza de cocoa frente a ella y mientras acomodaba el plato con el sándwich, la miró con calma.
—¿La pasó bien anoche con Camila? —preguntó con voz serena, casi casual.
Aurora se tensó un instante, bajó la mirada hacia la bebida y sostuvo la taza con ambas manos.
—Sí… fue agradable. Conversamos un poco —respondió con un hilo de voz, intentando sonar natural.
Raquel asintió sin añadir nada más, como si la respuesta le bastara. Se giró hacia la cafetera, dejando que el silencio llenara el espacio. Aurora, mientras sorbía la cocoa, sintió que la pregunta había dejado un eco en su pecho, más fuerte de lo que esperaba.
Aurora ignoraba que Camila había recibido el sobre rojo de manos del mensajero y que, en ese mismo instante, estaba en su casa con todas las cartas desplegadas, cada una con sus símbolos, haciendo anotaciones en su libreta. Llevaba parte de la tarde y noche releyendo cada línea, registrando detalles que antes había pasado por alto.
Su nuevo descubrimiento, el más importante hasta ahora, la había sacudido por completo: estaba segura de que su admiradora la había visto con Lancaster la noche anterior en la cafetería. La certeza la inquietaba, la emocionaba y también la distrajo: por primera vez, olvidó colocar un nuevo mensaje en el escaparate de la florería.
La madrugada cayó sobre el pueblo. Una agotada Camila se sentó frente a su computadora y, mientras sostenía una taza de café en ambas manos, observaba el parpadeo del cursor sobre la barra de búsqueda de la página principal de la universidad. Ahora, con la certeza de que su admiradora pertenecía a dicho recinto, comenzaría su pesquisa en las facultades de arte y ciencia.
Tenía suficientes pistas, además de las letras: A, U, R y R. No sabía si estaban en orden, pero decidió que revisaría nombres y fotografías de personal administrativo y docente, así como de estudiantes y profesoras de los grupos de arte, debate, ciencias y laboratorios.
Se puso manos a la obra. Comenzaría por la Facultad de Arte.
Continuará...



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