Capítulo 11 - ¿Primera cita?


 

Camila abrió la florería con una sonrisa distinta. Mientras acomodaba las rosas en el escaparate, recordó la escena de la noche anterior: Raquel, con su astucia habitual, había armado una encerrona. Aurora se había acercado a agradecerle por los panes y Raquel, como si fuera lo más natural del mundo, las presentó oficialmente. No conforme, las invitó a cenar la noche de hoy en la cafetería, “para limar asperezas”, dijo, “porque no habían tenido un buen inicio”.

Camila miró hacia la cafetería con un gesto de fastidio. Seguía molesta con Raquel: aquella invitación era, en realidad, una cita, y la única cita que ella deseaba era con su admiradora secreta. Sin embargo, debía reconocer que en esos minutos descubrió algo inesperado: la profesora no era antipática, como había imaginado. Al contrario, había en su timidez un encanto discreto, una mezcla de firmeza y nerviosismo que la hacía guapa de una manera difícil de ignorar. Aunque seguía sin dar su nombre más allá de “profesora Lancaster”, Camila no pudo evitar pensar en lo atractivo de ese misterio.

Suspiró resignada por su destino nocturno y observó el mensaje que había dejado en la vitrina la noche anterior:

Sonrió al releerlo. Se preguntaba qué escribiría su admiradora en respuesta y si entendería que aquel mensaje era una invitación velada a conocerse. Pensó, ruborizada: “Tal vez, si me ves cenando con otra, te animas a pedirme una cita.”

En la universidad, Aurora caminaba ligera después de una larga reunión en la administración. Gracias a esos veinte segundos de valentía que había tenido la noche anterior para agradecerle a Camila por el pan dulce, por fin habían cruzado palabras. Aunque sabía que había sido Raquel quien propició la conversación, Aurora sentía que había dado un paso. La invitación a cenar la inquietaba, pero decidió seguir siendo valiente y aceptó, con la esperanza de que nada saliera mal cuando la verdad se revelara.

Ya en su despacho, dejó que la tinta fluyera:

Aurora dibujó una nueva pieza de Lego, marcada con una letra “R”. Al doblar el papel con cuidado, supo que las cartas estaban a punto de transformarse en algo más: encuentros reales, miradas que ya no podrían esconderse.

Camila cerró la florería unos minutos antes de lo habitual. Raquel la llamó desde la acera de enfrente. La florista cruzó los brazos, fingiendo enojo, pero Raquel rió al ver su intento fallido.

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó divertida.

—No me gusta nada tu papel de celestina —replicó Camila, aún intentando mostrarse molesta.

—¿Celestina? Solo te ayudo a pedir una disculpa en toda regla a esa mujer a la que, por atolondrada, quemaste —respondió Raquel con tono serio.

Camila descruzó los brazos, bajó la mirada y torció la boca. Tenía que darle la razón.

—¿Y a dónde vas? —preguntó Raquel, dándole tregua—. Aún faltan unos minutos para la hora del cierre.

—Al buzón —respondió Camila con una sonrisa enorme—. Después, a casa, para prepararme para una cena de disculpa que huele más a cita que a disculpa. —Lo dijo con gesto resignado.

Raquel rió. —Es solo una cena, si así lo quieren ver ustedes. Yo no vi que la profesora le diera esa connotación. Además, me llamó para preguntar algo sobre la cena.

Camila intentó disimular su interés, pero la curiosidad la traicionó: —¿Y qué te preguntó la profesora Lancaster? —remarcó el apellido con ironía—. Solo espero que esta noche pueda decirme su nombre. Será molesto tener que llamarla “profesora Lancaster” durante toda la velada.

—Camila, ni se te ocurra preguntar —la reprendió Raquel—. 

—¿No se te ha ocurrido que tal vez no le gusta su nombre? Ay, hija, últimamente tienes demasiados pájaros en la cabeza. Si acaso, pregúntale si puedes llamarla simplemente “Lancaster”.

Camila bufó. —Vaya, ahora hasta regañada salí por algo que debería ser natural: dar tu nombre.

 —Está bien, está bien —cedió al final—. Cenaré con Lancaster y me comportaré.

Raquel sonrió con complicidad. —Estoy segura de que la pasarán muy bien. La profesora me parece una mujer interesante y tú otro tanto. Prepárate para una gran noche.

Camila rodó los ojos, exagerando su gesto teatral. —Ya veremos. Ahora me marcho. Quiero leer mi carta antes del terrible suceso.

Raquel negó con la cabeza, acostumbrada a sus exageraciones.

Aurora, en su casa, había convertido la cama en un improvisado muestrario de ropa. Se repetía que no era una cita, solo una cena informal organizada por Raquel. Pero cada prenda que se probaba parecía contradecirla. Al igual que el día anterior, borró con cuidado todo rastro del perfume que impregnaba sus cartas. “Seguro Camila está tranquila en su casa, esperando la hora de la cena”, pensó, aunque ella misma no lograba serenarse.

Camila, por su parte, libraba la misma cruzada contra el armario. El tiempo se le escapó mientras releía la carta una y otra vez. En su mente resonó la frase: “Quizá muy pronto podamos compartirla.” El día de conocer a su admiradora secreta estaba cerca, podía sentirlo. Pero ahora debía apresurarse. Se repetía que no era una cita, aunque no entendía por qué quería impresionar a la profesora. Pensó que tal vez estaba volcando en esa cena la emoción de la cita que aún esperaba con su misteriosa autora de sobres rojos, que prometía conversaciones nocturnas, susurradas directamente al alma.

La cafetería estaba tranquila esa noche. Raquel había reservado la mesa del fondo, lejos del ventanal que daba a la florería. Sabía que Aurora prefería sentarse allí, pero no quería que Camila se distrajera con el mensaje en la vitrina de la florería o con quien se acercara a la misma. La mesa estaba preparada con sencillez: el mantel claro de la cafetería, dos velas pequeñas que ofrecían una luz suave, casi cómplice, y un florero con un par de claveles rosados y velo de novia. Era un detalle íntimo, como si la mesa misma quisiera sonreír.

Camila y Aurora llegaron desde direcciones opuestas, pero al mismo tiempo. Ambas vestían con sencillez, aunque en sus detalles había un brillo discreto, la elegancia de quien no pretende deslumbrar y aun así lo consigue. Camila abrió la puerta para que Aurora entrara, ésta se entretuvo agradeciendo el gesto. Entonces, la voz de Raquel las recibió desde dentro, recordándoles que estaban bajo el muérdago.

Las dos levantaron la vista. Luego se miraron entre sí. El rubor les subió al rostro al mismo tiempo, como si la noche hubiera decretado que el secreto de las cartas debía transformarse, al fin, en miradas compartidas.

Capítulo 12.....

 

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