Capítulo 14 - "¿Cuál "ella"?"


Camila despertó temprano, con la claridad del amanecer filtrándose entre las cortinas de su habitación. Se preparó, desayunó y caminó hasta la florería y dejó un nuevo mensaje en la vitrina: una respuesta silenciosa, un gesto que mantenía vivo el diálogo secreto con su admiradora, esperaba que fuese el último. 

Después de dejar el mensaje, pasó la mañana en el centro comercial, a unos kilómetros de la universidad. Caminó entre escaparates iluminados con luces navideñas, buscando algo que la hiciera sentir distinta, renovada. 

Mientras tanto, Aurora había pasado la mañana inquieta. En la cafetería pidió un desayuno ligero, aunque apenas probó bocado: el nudo en el estómago le impedía disfrutarlo. Al mirar hacia la florería, descubrió el nuevo mensaje en la vitrina. Lo leyó con el corazón acelerado, sintiendo que cada palabra era un puente hacia ella, un indicio de que quizá ese día podría atreverse a cruzar.

Raquel, que atendía detrás del mostrador, se acercó con su calma habitual y la observó unos segundos antes de preguntar: —¿Le ocurre algo, profesora? Se le nota distinta.

Aurora bajó la mirada hacia la taza de café, buscando tiempo para ordenar sus palabras. Finalmente respondió con voz serena, aunque cargada de verdad: —Es solo la época… nunca he sido muy sociable, pero siento que algo está cambiando.

Raquel asintió con una sonrisa breve, sin insistir más y volvió a sus tareas. Aurora agradeció en silencio que no hubiera curiosidad excesiva; no estaba lista para compartir lo que bullía dentro de ella.

De regreso en casa, desplegó un nuevo papel y dejó que las palabras fluyeran con calma. Mientras escribía, pensaba en cómo sus cartas y los mensajes de Camila habían encendido un camino de luces y en cómo ahora debía insinuar que estaba cerca de mostrarse. 

Al terminar, dibujó una pequeña luz navideña, dobló el papel con cuidado y, en un gesto calculado, lo guardó en un sobre azul claro. Quería despistarla un poco, no hizo mención a ninguna otra letra; sentía que ya había dado demasiadas pistas y no quería que Camila la descubriera antes de tiempo. Ese sobre, distinto a los anteriores, era su forma de marcar un umbral. Aurora sabía que esta carta debía ser la última en el anonimato, antes de aquella no cita, quería presentarse ella misma.

Camila regresó agotada del centro comercial. Antes de llegar a casa, se detuvo en el buzón de la florería y recogió la nueva carta. El sobre azul la desconcertó: no era blanco y tampoco traía una nueva letra. Camila comenzaba a dudar de su descubrimiento, revisó nuevamente su libreta de investigación. Le horrorizaba pensar que estuviera dándole esperanzas a dos personas. Se preguntó qué haría si Aurora no era su admiradora secreta. No, no podría haberse equivocado, es ella, se dijo a sí misma. Como fuera pronto descubriría la verdad. Ahora tenía que alistarse, no quería llegar tarde a su no cita y aunque trató de ignorar esa idea, se quedó en su cabeza revoloteando. 

Aurora se arregló con premura, aún con el pulso agitado por la tensión de haber dejado la carta con tanto sigilo. No quería correr el riesgo de ser sorprendida por Camila nuevamente, así que eligió caminar un rato para disimular su nerviosismo y ganar tiempo antes de la velada. Estaba decidida a que, antes de que terminara la noche, le confesaría a Camila que ella era su admiradora secreta; solo esperaba que nada se fuera por la borda.

La tarde las reunió en la plaza, donde habían acordado. Camila llegó primero, con su nuevo look que parecía transformar su presencia: elegante, serena, pero con un brillo distinto en los ojos. Se decidió por un pantalón de lana en tono vino, de corte recto y caída fluida que realzaba su figura con discreta elegancia. Lo combinó con un suéter de cuello alto navideño, ceñido al cuerpo, y encima un abrigo largo gris claro, abrigador pero ligero en movimiento. Para completar el atuendo, llevó botines negros de tacón bajo, prácticos para caminar por la plaza sin perder el aire sofisticado. El cabello lo dejó suelto, con ondas suaves que enmarcaban su rostro, y añadió un detalle mínimo pero significativo: pendientes de plata en forma de hoja, un guiño delicado que acentuaba su estilo sin exagerar. El conjunto, sencillo pero sofisticado, parecía diseñado para insinuar un leve coqueteo, invitando a que la mirada de Aurora se demorara un instante más. 

Aurora, al verla, quedó cautivada. No recordaba haberla visto nunca con ese conjunto, y la impresión fue tan fuerte que tuvo que contener un suspiro. Pero la mirada que Camila le había dedicado no le pasó desapercibida. Aurora eligió un pantalón de pana en tono azul marino, grueso y suave, que le ofrecía abrigo sin perder elegancia. Lo combinó con un suéter de cuello alto gris de lana merino, cálido y ceñido, y encima un abrigo largo azul marino de paño, que caía hasta las rodillas y le confería un aire distinguido. Para protegerse del frío, añadió una bufanda burdeos tejida a mano, discreta pero con un matiz cálido que contrastaba con la sobriedad del conjunto. Llevaba botines de cuero negros forrados en el interior. El conjunto transmitía la dualidad que la definía: la profesora rigurosa y contenida, pero también la mujer que, en silencio, se preparaba para dejar ver una parte más íntima de sí misma.

Durante la película, la tensión se hizo palpable. Al finalizar, Aurora estuvo a punto de confesar que ella era la autora de las cartas, pero justo cuando reunió valor, un niño corrió y chocó contra ella, interrumpiendo el momento. Camila, intrigada, la miró con una sonrisa suave:  

—¿Querías decirme algo?  

Aurora negó con un rubor que la delataba.  Pensó que era mejor hacerlo al despedirse, así Camila tendría la opción de marcharse si lo deseaba. Caminaron por la plaza, entre puestos del mercado navideño que ofrecían chocolate caliente, delicias culinarias y artesanías. Decidieron cenar algo ligero en un pequeño puesto, riendo por tener hambre después de tantas palomitas y castañas que habían comido durante la película. La conversación fluyó ligera, como si ambas hubieran encontrado un ritmo secreto. Camila se mantenía expectante de lo que Aurora comentara, se preguntaba cuándo confesaría. Sin embargo, comenzó a dudar si su deducción había sido un error. 

Al acercarse la hora de la despedida, se miraron con complicidad. Camila habló primero:  

—Lo pasé muy bien, pero tengo que despedirme, mañana tengo que abrir la florería.

Aurora asintió y en un gesto espontáneo, le dio un beso en la mejilla a Camila. Al separarse, Aurora notó cómo Camila la observaba con detenimiento, sus ojos descendiendo hacia sus labios. El aire se espesó, cargado de una tensión que las empujaba hacia un desenlace ineludible. Camila comenzó a acercarse, pero retrocedió de golpe.  

—Lo siento… No puedo. No puedo. Ella no se lo merece —dijo con voz entrecortada y salió apresurada, con el rostro encendido, dejando atrás un murmullo que se clavó en Aurora como una pregunta sin respuesta:  

—¿Ella? ¿Cuál “ella”?  

Aurora se quedó inmóvil, con el corazón latiendo desbocado, sabiendo que el misterio había cambiado.

Continuará...

 

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