Capítulo 8 - "Encuentro inesperado"


 

Aurora llegó temprano a la universidad. El aire frío de la mañana se colaba por los ventanales del despacho, y el silencio de los pasillos anticipaba un día largo. Solo tendría asesorías para los alumnos que presentarían exámenes extraordinarios, pero su mente estaba en otro lugar. Mientras acomodaba los documentos sobre la mesa, recordó la visita temprana a la cafetería de Raquel, antes de que Camila abriera la florería.

En la vitrina, un nuevo mensaje la había detenido unos segundos:

 Raquel, con su tono socarrón, le había comentado que esos mensajes habían causado un revuelo en el pueblo: algunos decían que era un reto de TikTok para atraer clientes, otros que se trataba de un grupo de frikis al que se había unido. Aurora había sonreído nerviosa, pidió su café y se marchó con prisa, consciente del leve rubor que se extendía por su cuello y mejillas. Raquel lo había notado, aunque prefirió guardar silencio.

El toque en la puerta la devolvió al presente. Su primer alumno esperaba. Aurora respiró hondo y se preparó para un día de preguntas, explicaciones y paciencia.

Mientras tanto, Camila cruzaba la calle hacia la cafetería. El aroma de café recién molido la envolvió, pero ella pidió lo que ya se había convertido en un ritual: cocoa con malvaviscos y menta. Raquel la recibió con una sonrisa cómplice.

—Menudo alboroto has armado con tus mensajes —le dijo, relatando lo que había comentado esa mañana con  Aurora.

Camila rió, confesando que ayer casi había visto a su admiradora. Raquel arqueó las cejas.

—¿Cómo que “casi”? —preguntó.

Camila le platicó lo que ocurrió la tarde anterior y la carrera que tuvo que dar para tratar de alcanzarla.

—¿Cómo es? —insistió Raquel con suma curiosidad.

Camila suspiró y respondió: —La vi de espaldas, llevaba una chamarra negra con capucha.

—Claro que la viste —explicó Raquel—. Al menos sabes si es alta o baja, delgada o robusta.

Camila abrió su libreta y escribió con calma: “alta, complexión normal, ¿cabello castaño claro?”. Raquel la observó en silencio, pensativa.

—¿Castaño claro? —expresó Raquel.

Camila explicó que, cuando la persiguió, la capucha comenzaba a deslizarse y alcanzó a ver un mechón de ese color. Raquel se quedó pensativa, aunque no dijo nada más. 

Aurora terminó sus asesorías cerca de la media tarde. El cansancio se mezclaba con la urgencia: debía dejar la carta en el servicio de mensajería antes de que cerrara. Se sentó frente al papel, esta vez tamaño carta. Debía explicarle a Camila por qué había corrido; claro que quería conocerla, pero las palabras de sus ex regresaron a su memoria: “demasiado seria”, “aburrida”. Recordó sus gustos sencillos, su preferencia por leer un libro en lugar de ver la película, por armar legos en vez de seguir la corriente de lo común. Y recordó, sobre todo, la alegría espontánea de Camila: su risa, su manera de cantar mientras arreglaba la vitrina.

Suspiró y escribió con sinceridad:

Camila cerró la florería al caer la tarde. Revisó el buzón con la rutina de siempre, pero al ver el sobre rojo, su corazón dio un salto. Notó el detalle: los sobres del fin de semana eran blancos con nombre, y entre semana rojos sin firma. Un nuevo dato que anotar en la libreta. Regresó a la florería y al cerrar la puerta, abrió con delicadeza el sobre y se sorprendió al descubrir que el papel era tamaño carta. Se sentó en el piso, rodeada de flores y leyó con emoción cada línea. El silencio de la tienda se volvió un refugio íntimo, una conversación que a distancia comenzaba a formarse. 

Aurora, indecisa, caminó hacia la cafetería. Dudaba si cenar allí para ver si Camila había dejado un nuevo mensaje, pero temía que Raquel comenzara a sospechar. Se repitió a sí misma: “el que no arriesga no gana”.

A unos pasos de la entrada, desaceleró el paso, observó la florería con detenimiento y, justo al llegar a la puerta de la cafetería, chocó con alguien que salía apresurado. El líquido caliente se derramó sobre su pecho, quemándole la piel a través de la blusa. Reconoció de inmediato el aroma y los restos viscosos que impregnaban su ropa: cocoa con malvaviscos y menta.

La voz de Camila, apenada y apresurada, la envolvió:

—Perdona, perdona, no sabes cómo lo siento. Disculpa, salí a toda prisa y no me fijé.

Mientras buscaba una servilleta en el bolsillo de su pantalón, Aurora permaneció en shock. El perfume impregnado en las cartas podía delatarla en ese mismo instante. El tiempo se suspendió entre ellas, como si el secreto estuviera a punto de revelarse.

Capítulo 9...

 

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