Capítulo 1 - "El primer sobre"

 



Aurora Lancaster estaba en su despacho de la Facultad de Ciencias Médicas, rodeada de libros abiertos y diagramas anatómicos que colgaban en las paredes. Afuera, el murmullo de estudiantes en los pasillos se mezclaba con el sonido metálico de puertas que se cerraban. Ella, profesora de fisiología, intentaba concentrarse en revisar exámenes, pero sus manos temblaban cada vez que pensaba en la carta que aún no había terminado. El contraste era evidente: la mujer que hablaba con voz firme frente a un auditorio lleno de jóvenes ahora se mostraba nerviosa, insegura, como si cada palabra escrita pudiera desnudarla más que cualquier confesión oral.

Había imaginado decenas de frases, borrado otras tantas, y al final se quedó con lo más sencillo: un clavel rojo dibujado en la esquina del papel. No firmó la carta, solo escribió unas líneas breves, como quien abre una ventana apenas un poco para que entre aire sin desbordar la casa.

La dobló con cuidado, la guardó en un sobre rojo y, al caer la tarde, la entregó discretamente al servicio de mensajería que conectaba el pueblo con la universidad. Ese sistema, usado por estudiantes y profesores para enviar encargos y notas, le permitía ocultar su identidad bajo la rutina de los envíos. Aurora sabía que su reputación académica no debía mezclarse con sus emociones, pero en secreto había aprendido a vivir con la contradicción: la mujer que enseñaba con rigor y precisión se había enamorado en silencio de una florista.

Camila Rosel era la dueña de la florería más luminosa del pueblo. El local, pequeño pero rebosante de vida, estaba adornado con guirnaldas de hiedra que trepaban por los marcos de madera, y un escaparate donde las rosas convivían con claveles y jazmines en un orden que parecía espontáneo y, sin embargo, revelaba un cuidado meticuloso. Camila tenía una belleza serena, con ojos oscuros que parecían guardar secretos y manos que hablaban en el lenguaje de las flores: firmes al cortar tallos, delicadas al acomodar pétalos.

Aurora la había observado desde la distancia durante tres años, siempre con la misma mezcla de timidez y admiración. En sus clases, mientras explicaba la fisiología del corazón, pensaba en cómo el suyo latía distinto cada vez que veía a Camila inclinarse sobre un ramo. Era un amor silencioso, cultivado en la discreción, como una semilla que germina bajo tierra sin que nadie lo note.

Esa noche, cuando Camila cerró la tienda, encontró el sobre entre los pedidos habituales. Lo abrió con curiosidad, y dentro halló una carta breve:

Camila sonrió, sorprendida. No había firma, solo el clavel dibujado. Pero el papel tenía un detalle imposible de ignorar: un aroma tenue, femenino, como si la carta hubiera absorbido la esencia de quien la escribió. Ese perfume invisible la estremeció.

Guardó el papel en su bolsillo, y mientras apagaba las luces de la tienda, su mente comenzó a divagar. ¿Quién podría ser? ¿A qué mujer podría gustarle? Pensó en las clientas habituales: la joven que siempre pedía jazmines, la señora que coleccionaba orquídeas, alguna profesora de la universidad que pasaba una vez a la semana. La idea de tener una admiradora secreta la llenó de emoción, como si de pronto su vida cotidiana se hubiera convertido en un misterio delicado y hermoso.

Aurora, desde su casa, pensó en la sonrisa que quizá había provocado. Y por primera vez en mucho tiempo, se permitió dormir con la sensación de haber dado un paso, aunque fuera mínimo, hacia la mujer que llenaba sus días de silencios luminosos. 

Capítulo 2...

 

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